CAPÍTULO OCTAVO:
LA TRANSICIÓN EN CAMPILLOS: 2ª Parte.
1.- CAMPILLOS IZA LA BANDERA DE ANDALUCÍA: Aires y desaires en la provincia de Málaga.
Con Adolfo Suárez en la Moncloa y en Málaga don Enrique Riverola Pelayo de Gobernador, la política en los pueblos comenzaba a tener otro color.
El día 25 de Julio de 1976, en el paraninfo de la Facultad de Económicas de la Universidad de Málaga, ASA (Asociación Socialista Andaluza) celebró el I Congreso. Yo asistí, no como Alcalde, sino como corresponsal que era de “Sol de España”.
No voy a referirme a los discursos bien diseñados para tomar conciencia de cuanto era y significaba Andalucía. Rojas Marcos, Miguel Ángel Arredonda, Luis Uruñuela y algunos más a los que yo no conocía, alumbraron y se recrearon sobre la historia de una tierra que no era lo que se decía en los textos de Bachillerato (que no hablaban más que de las “revueltas campesinas andaluzas”). Luego los ANDALUCES eran (y nada más que eso) unos "Revoltosos":
En aquel Paraninfo, abarrotado de jóvenes con banderas andaluzas, estaban las nueve provincias andaluzas (Ocho, más la Andalucía Emigrante en el exilio). Otro dato curioso: Allí no había manos callosas. Todos eran jóvenes estudiantes. Pero lo que a mí me llamó más la atención fue aquel mar inmenso de banderas Verdes-Blancas-Verdes, que yo nunca había visto. Y, partiendo de la realidad en la que Campillos hacía ya tres meses que teníamos convocado el Premio de Poesía Andalucía, me prometí que Campillos sería el primer Ayuntamiento en izar oficialmente esa bandera.
Por ninguna parte observé que hubiera policías. Todo transcurrió con normalidad. Lo cual demostraba otro talante por parte del nuevo Gobernador Civil.
Sin embargo, a nivel de pueblos, todavía no había llegado ese aire fresco, latente en aquella preciosa juventud que mis ojos estaban contemplando. Dos muestras. PRIMERA: A la semana del Congreso de ASA en Málaga, la misma Asociación Socialista Andaluza se propuso dar un mitin en Humilladero. Hablaría Rojas Marcos. De Campillos fuimos tres o cuatro personas, entre ellas Alfonso Ruiz Padilla y yo. Era una tarde del mes de julio (1976) y, al pasar La Colonia y dejar la carretera de Antequera torciendo a la izquierda un poco antes del surtidor, sonreían los campos de flores silvestres y amapolas, como si presagiaran alegría, vida ardiente y buen humor, no el silencio de una guasa, lo que al fin aconteció.
Cuando llegamos a Humilladero, el pueblo había sido tomado por una multitud de gente joven. Chicos y chicas, soltura, animación y buen rollo. Se respiraba juventud, sana alegría, como si fuera un pueblo en fiestas sin tenderetes con turrón ni chucherías. En las pocas calles de Humilladero no cabía un alfiler. La calle central del pueblo tenía las aceras abarrotadas. Totalmente despejada por el centro. Y, ¿quieren que les diga lo que todos estábamos viendo? Algo alucinante: Por el centro de la calle, con pasos largos y pausados, caminaba un cabo primera de la Guardia Civil: Braceando, los labios prietos, imponiéndose como si remara con los dos brazos abiertos; en la mano izquierda, el tricornio y, en la derecha, la pistola con el dedo en el gatillo. Parecía aquel “sheriff” solitario de la película “Solo ante el Peligro”, como diciéndonos a todos: ¡Aquí no hay quien tenga cojones de dar un mitin! Rojas Marcos no se atrevió a hablar (o no le dejaron, no se supo). Poco a poco nos fuimos retirando de aquel lugar y del pueblo de Humilladero. Faltó una cosa: Que aquel “sheriff”, con pistola y tricornio, al que en “Solo ante el Peligro” daba vida Gary Cooper, arrojase despectivamente al suelo la estrella de su cargo y abandonase el pueblo. Habían cambiado los Gobiernos en Madrid y en Málaga, pero en algunos pueblos todavía seguían cocinando en viejas perolas.
SEGUNDA: Como el Ayuntamiento de Campillos había convocado el Premio “Andalucía” de poesía, que entregaríamos el 15 de Agosto, pensé que era una buena fecha para izar oficialmente la Bandera de Andalucía. Tres pasos había que dar: Permiso del Gobierno Civil (no fuera a acontecer lo de Pepe Navarro en Casares); cómo conseguir las banderas; y dónde ponerlas.
El 28 de Julio me entrevisté con don Enrique Riverola en el Gobierno Civil. Le conté que teníamos en marcha la convocatoria del Premio “Andalucía” (convocatoria realizada desde TVE, RNE y prensa nacional). Le hice saber que habíamos recibido poemas desde toda España, Europa, Argentina, Méjico y Estados Unidos. Le dije que habíamos nombrado un jurado de ocho miembros, ocho poetas importantes, uno por cada Provincia andaluza: Alfonso Canales, por Málaga; Rafael Guillén, por Granada; Antonio Murciano, por Cádiz; Pablo Baena, por Córdoba, etc. También le dije que, en aquel entonces, el premio de 100.000 Pts. era el premio (de poesía) más importante de toda España.
Don Enrique Riverola me escuchaba con atención, con un movimiento de cabeza que significaba asentimiento en todo. Le dije que se trataba de una convocatoria con doble enunciado y dos premios: “ANDALUCÍA”, de poesía, y “SEMPRONIO PRISCO” sobre geografía e historia de la zona noroeste de la provincia de Málaga. Que las cien mil pesetas las había conseguido por donación voluntaria de unos cuantos vecinos de Campillos; y las 25.000 pts. para el premio “Sempronio Prisco”, nos las había donado don Juan de la Rosa (La Caja de Ahorros de Ronda). También le dije que teníamos un cartel, sobre tal evento, obra de un pintor de Málaga, Fernández Doblas, y costeado (mil ejemplares) por el Instituto de Cultura de la Diputación de Málaga. En todo estaba don Enrique de perfecto acuerdo. Cuando acabé la exposición descriptiva, me quedaba lo principal: La Bandera Andaluza. Le dije: Puesto que el premio de poesía se titula “ANDALUCÍA”, tenemos pensado izar ese día la Bandera Andaluza, por todo lo alto, unas ochenta banderas.
-¿Ochenta banderas? –dice el gobernador.
-¡Ochenta banderas de Andalucía!
-¿Y las tenéis?
-No.
-¿Entonces?
-Me las da ASA. La Asociación Socialista Andaluza. Yo he venido para que usted nos dé permiso. ¿Puedo colocar las Banderas de Andalucía? ¿Puedo ponerlas? Dígame que sí.
Don Enrique Riverola Pelayo no lo pensó ni un instante y me dijo textualmente:
-¡Ponla, César, que hasta es bonita!–. Añadiendo: “Allá, en mi tierra, en la plaza de Catalunya, desde siempre, está la bandera catalana (nuestra enseña), ¡y no pasa nada!”.
Al día siguiente llamé a Málaga, a ASA, y hablé no me acuerdo con quién, pero quedamos en que ellos nos daban las banderas. Quitando a esta gente, en Andalucía nadie tenía la bandera. Quedamos en que nosotros iríamos a por ellas. Pero ¡asómbrense! Y escuchen cómo tuvimos que montar la operación. Hoy se van ustedes a reír, pero entonces había que echarle bemoles porque en Málaga estaba Antonio Tejero, teniente Coronel de la Guardia Civil (un Tejero que se atrevía a suspender manifestaciones o lo que fuese, alegando que Málaga no podía “estar de juerga” mientras en el país vasco corría la sangre).
El día 4 de Diciembre de 1977, todo el mundo se tiró a la calle con la bandera al hombro. Muy bonito y festivo, aunque hubo un muerto; pero, dieciséis meses antes, nadie se hubiera atrevido. Y lo hizo CAMPILLOS. En Andalucía, quien primero tuvo la audacia y el coraje de izar oficialmente nuestra bandera fue Campillos. Eso, desde la Expo de Sevilla en 1929, oficialmente, no lo había hecho nadie.
Para recoger las banderas en Málaga tuvimos que mandar al cabo de Municipales, Pepe Anaya Mora, con una ambulancia y una consigna (o santo y seña, como en la mili). Le estaban esperando en una esquina del Ayuntamiento de Málaga. Desde allí se fueron al aeropuerto. Y en una nave, frente a la entrada al aeropuerto, allí le entregaron a Pepe Anaya cien banderas pequeñas y una grande, que colocamos en la tribuna de la piscina Los Ruedos la noche que se entregó el premio (como se observa en alguna de las fotos, que más adelante les ofrezco).
La verdad, ¿qué quieren que les diga?: Cuando Pepe Anaya se presentó en el Ayuntamiento con aquel “hipermercado” de Verdes-blancas-verdes, para mí, en aquellas cien banderas venía una fragancia de olas, de viento y frescor, de señales de libertad. Y yo todavía recuerdo que nos emocionamos.
Encargué a Alfonso Aguilar el montaje de las banderas. Hicimos 6 arcos que llevaban la bandera de España en medio de ocho banderas andaluzas (cuatro a cada lado), como se puede observar en la foto del arco en la plaza Cardenal Spínola, junto al kiosco Bernabeu. Además de las banderas, se ofrecía, en el friso o entablamento que sujetaba las banderas, el cartel anunciador del premio, compuesto de tierra, gitana, luna y cielo.
Y se colocó un portal con las nueve banderas, además de en la plaza Cardenal Espínola, en cada una de las entradas a Campillos por carretera:
Todo iba perfectamente. Me contó Pedro Martín (q.e.p.d.) cómo, al llegar las fiestas de Agosto, muchos campilleros que estaban por el país vasco, al ver las banderas andaluzas le solicitaban fotos diciendo: ¡Vamos, Pedro! Haznos la foto con las banderas de fondo. Que tenéis un alcalde que no siendo andaluz, ha tenido un par de cojones para ponerlas en lo alto. Allá, en el país vasco, al que pone la ikurriña lo tirotean. Todo iba perfectamente. Las banderas en lo alto. Iban desapareciendo algunas porque la gente se las llevaba de recuerdo para su casa, y a mí me parecía muy bien. El 15 de Agosto, el día que entregábamos el premio Andalucía, estaba yo por la mañana en mi despacho, cuando llamaron a la puerta. Era el capitán de la Guardia Civil de Antequera. Venía él y diez guardias más para quitar las banderas. Yo, al capitán, a Rafael, le conocía porque había estado de Teniente Jefe de Línea en Campillos en el 64-65-66, aproximadamente; y como estaba soltero, venía a comer muchas veces con nosotros en la Pensión Avenida. Así que nos conocíamos, pero cuando le abrí la puerta y entró en el despacho traía cara de pocos amigos. Y, de este modo, toda la conversación simuló serlo entre dos desconocidos. Como si no me conociera de nada, comenzó diciendo:
-César, vengo y estoy aquí para que usted quite inmediatamente las banderas.
Y yo:
-¿Qué dice usted?
-Que tiene usted que quitar las banderas. Y, si no, las quitaremos nosotros. Esas son las órdenes que traigo.
Entonces le dije: Mire usted; en primer lugar, el Alcalde no recibe órdenes de la Guardia Civil. Pero le diré más. Me considero mayor de edad y sé lo que hago. Si mi madre tuviese bandera, la llevaría en mi solapa. Si Campillos tuviera su bandera, estaría colgada en el balcón de este edificio. Por el momento soy alcalde de un pueblo Andaluz que se llama Campillos. Yo no quitaré las banderas, porque es una decisión que hemos tomado con toda responsabilidad y la Administración nunca va contra sus actos. Lo siento: La Guardia Civil no es quién para quitar lo que todo un pueblo ha decidido poner.
Entonces aquel Capitán que traía órdenes del teniente coronel D. Antonio Tejero (el mismo que años después tomaría el Congreso de los Diputados), consultando su reloj, me dijo:
-Si, en el término de media hora, usted no está quitando las banderas, las quitaremos nosotros.
Y, colocándose el tricornio en la cabeza, dio media vuelta y se fue. Cuando se alejaba, le dije:
-Espero que usted no se atreva a cumplir esas órdenes. Para su conocimiento y usted lo sepa, le diré que tengo permiso de D. Enrique Riverola Pelayo, actual Gobernador de Málaga.
Supongo que llamarían al Gobierno Civil, porque aquellas banderas de Andalucía, colocadas por el Ayuntamiento de Campillos, nadie se atrevió a quitarlas.
Una semana después, fui a ver a don Enrique Riverola Pelayo. Nada más entrar por la puerta y saludarnos, me dijo (así, textual, como lo oyen): “¡Coño, César! Yo te di permiso para que pusieras las banderas de Andalucía, pero no para que dijeras que te había dado permiso”.
2.- CAMPILLOS: PCE Y PSOE. PRESENCIAS Y PRIMER MITIN.
A partir del gobierno de Adolfo Suárez, y en Málaga don Enrique Riverola Pelayo como nuevo gobernador, el clima político se humanizaba. José González de la Puerta había sido un gobernador serio, firme pero menos flexible o quizás un tanto hierático en cuestiones de ideología. Riverola era distinto: listo, ágil, muy humano. Cuando le hablabas, él iba siempre por delante. Te comprendía antes de que tú llegases al final. Parecía como si él te escuchase desde los cuatro puntos cardinales. Además humanizaba extremadamente el coloquio, con un lenguaje que te daba a entender estar entre amigos. Utilizaba con frecuencia los tacos “coño” y “joer”. “Coño, César”, decía. Y cuando le estabas exponiendo un problema de gandules, exclamaba: “joer, eso no puede ser; eso no se puede permitir”.
Don Enrique Riverola, desde muy temprano comenzó a reunirse con todos los alcaldes de Málaga, suscitando un clima de reflexión con el fin de extinguir resistencias en la clase falangista y abrir nuevas rutas hacia un Estado democrático. La idea generatriz que guiaba su táctica e intentaba constantemente que nosotros la asimiláramos con toda naturalidad, era ésta: A partir de la guerra civil, en España, todo el poder lo había detentado una persona, el Jefe del Estado Francisco Franco, en virtud de haber sido el vencedor de la guerra. Con él, pues, todo el poder emanaba de arriba abajo. Pero una vez desaparecida esa persona, lo normal, lo lógico, y lo que se iba hacer era retornar al pueblo, y proceder de abajo arriba. A los ayuntamientos comenzaba a llegar propaganda cuya meta bien se podría sintetizar en lo que se cantaba en una de las “casettes” que nos repartieron: ¡HABLA, PUEBLO, HABLA!
De ahí que todos los partidos comenzasen a calentar motores. En aquel momento había unas 400 siglas, pero la Ley “D’Hondt” se encargaría de hacerlas disolver.
En Campillos hasta este momento no había más que comunistas. Un fortín de gente trabajadora, valiente y sin fisuras, capitaneados por José Guzmán (El “Fajilla Blanca”, le decían), junto con Silvestre (nacido en Peñarrubia), José Fuentes, José Trigos y algunos más. Era el PCE de Campillos el único que plantaba cara en las reivindicaciones. Además, estaban muy bien organizados. Una mañana de Enero de 1977, estando yo en mi despacho, me llama Antonio Mesa, Presidente de la Hermandad de Labradores. Y me dice:
-César, vente “pacá” que esto está que arde.
A través del teléfono sentía yo los puñetazos en la mesa y voces: ¡Fascistas! ¡Fascistas!
Me fui andando hasta la casa de Pepe Agüera, en calle Guzmanes, en cuyos bajos estaba la Hermandad de Labradores. Fuera había una pareja de la Guardia Civil. Les agradecí su presencia y sugerí que se fueran, porque quienes estaban dentro eran gentes de bien. Al entrar yo, los obreros se iban poniendo de pie, un detalle bonito, que yo no merecía pero algo veían en mí cuando me respetaban de esa forma. El problema consistía en lo siguiente: Había trabajo (recolección de la aceituna), pero llevaba tres días lloviendo; luego no podían salir al campo; luego no cobraban, en cambio necesitaban comer ellos y sus familias. Hacía falta dinero.
En la mesa de la tribuna estaban el Dr. D. Ángel Morales (médico y secretario sindical), Antonio Mesa, (Presidente de la Hermandad de Labradores) y Andrés Herrera, que era el Secretario de la Hermandad. Me fui con Andrés Herrera a su despacho y llamamos a Málaga, a la Seguridad Social. Al momento nos dijeron que mandaban 300.000 pts. Era eso lo que siempre hacían en situaciones similares.
Ahora venía el segundo problema: ¿Cómo repartir esos cuartos? Les dije que, por el momento y para salir del paso, había ese dinero, pero eran ellos quienes debían establecer un criterio de justicia distributiva o proporcional en función de las necesidades de cada familia. Me plantearon muchas objeciones, observando yo cómo ellos, los obreros, estaban muy bien organizados para envolver al interlocutor desde tres puntos o lugares estratégicos (al frente, a mi izquierda y a mi derecha). Yo tenía muy clara una cosa: Había que hacer una distribución “igual” para todos; pero estableciendo no una “igualdad aritmética”, sino una “igualdad proporcional”, según los miembros de cada familia. Y les propuse que eso, eran ellos quienes sabían mejor que yo cómo hacerlo. Al momento, un obrero situado en frente levantó la mano. Habló y repliqué. Y otra mano se alzaba a mi izquierda. Y luego otra a mi derecha. Hablaban muy clarito y muy bien. Después de discusiones y más discusiones, miré a José Guzmán como diciendo: “Écheme usted una mano”. Entonces, el Fajilla Blanca se puso en pie, barrió con la mirada a todos los presentes, y les dijo: “Bueno, compañeros; como bien ha dicho el señor Alcalde, hay que hacer esto y esto y esto”. Y asunto concluido. A mí los obreros no me obedecían. A quien obedecían era a José Guzmán. Y hacían bien. Ah, pero si al Fajilla Blanca le salía un grano en el “pompis”, César lo iba a ver como si de un pariente suyo se tratara. José Guzmán viajaba con frecuencia a Francia. Allí recibía información y consignas (no me consta, pero creo yo). Todo para bien de la clase trabajadora.
A mí me iba a ver al despacho, de vez en cuando, y me enseñaba la propaganda que traía: se subía el pantalón de una pierna y, entre el calcetín y la espinilla tenía los papeles. Me miraba un rato poniendo un ojo bizco, y dejaba caer: “Usted…, don César, no será de la UCD, ¿verdad?”.
Aparte de la Falange, Diputación Provincial, Confederación hidrográfica del Sur y Gobierno Civil, mis relaciones personales con las demás delegaciones provinciales de Málaga eran, aunque esporádicas, abiertas y fruitivas. Excepto la delegación de Información y Turismo y alguna más, casi todas estaban en el edificio Negro de la avenida o calle de la Aurora, destacando por aquel entonces la Delegación de Trabajo. Y esta Delegación de Trabajo fue la que más se hizo presente en Campillos, montando los cursos del PPO para la gente joven, en aquellos difíciles momentos de la transición. El Delegado provincial, D. Manuel Enciso, además de ser una excelente persona, fue para nosotros ancla de salvación. Por aquellos días, vino a verme a Campillos porque precisaban de un local donde atender a la clase obrera y montar en Campillos varios cursos de PPO.
En aquellos momentos, el Ayuntamiento de Campillos, que ocupaba los espacios de un edificio a medias con el Juzgado, disponía además de una estancia en su parte trasera, en aquellos momentos recinto y custodia de todos los documentos sellados y provenientes del extinto Ayuntamiento de PeñaRubia.
El Ministerio de Trabajo, con Carlos Pérez del Bricio al frente, además de preocuparse por la capacitación de la clase obrera (que lo hacían con celo y eficacia), ofrecía un dinero a fondo perdido para ayudar a obreros dispuestos a establecerse como pequeños empresarios. Creo recordar que daban unas 400.000 pts. a cada uno. Pero la clase joven trabajadora, que era y es muy lista, no se querían aventurar. Cada cual hacía sus cálculos. Ellos -por aquel entonces- preferían el dinerito en mano a final de la semana (un salario fijo), a tener que despellejarse para montar una empresa, dedicarle las 24 horas del día y, quizás más de una vez, no poder dormir por las noches cuando achucharan las facturas. Porque cada uno hace sus cálculos y no siempre todo lo que reluce es oro. Eso es lo que me está contando ese hombre, de camisa blanca, a mi izquierda, cuyo nombre no recuerdo:
De todas formas, estoy hablando de memoria y, desde la distancia, sabiendo como sé que la gente de Campillos es valiente, se arriesga y lucha; pero también es imaginativa, corajuda y terca, sabiendo vivir a su manera. Estoy pensando en algunos de aquellos jóvenes que (en aquel entonces) hicieron el curso de Chapa y Pintura en la SEAT, es el caso de Lorenzo (un gitano muy listo, todo corazón) y Diego Lozano. Montaron su negocio automovilístico y les ha ido bien. ¡Enhorabuena!
No quisiera cerrar esta ventana, sin referirme a un partido histórico con fuerte presencia en Campillos. Me refiero al PSOE. Siempre había oído hablar de que Campillos era socialista. Sin embargo, por aquel entonces yo llegué a conocer muy pocos socialistas en Campillos, todos de la vieja guardia. Muy tranquilos, muy buena gente. Los veía desde la distancia. Me parecía como si vinieran de escrutar la noche o tal vez un mundo en llamas. Veía en ellos un replegamiento hacia la reflexión interior, nada vocingleros, como si vivieran dentro de su mundo a la puesta del sol. Los veía siempre en la Cruz Blanca, sentados a la puerta de un bar que le decían “Los Chochitos”.El propietario era un señor por nombre Antonio.
Ese tal Antonio no era de Campillos. Vivía en Campillos porque había sido desterrado de su pueblo que era Algámitas. El bar “Los Chochitos” se encontraba en la Cruz Blanca, situado final de las calles Santa Ana y Molinos. Por cierto, ese bar ya no existe. Hoy es un solar vacío. Pero bajo mi retina perdura la imagen de aquellas personas sentadas fuera del bar: muy serenas, de conciencia tranquila; hablaban entre sí, se rascaban la cabeza, cuatro o cinco hombres y un solo parecer, buena gente. Eran: Fernando Parejo, José Romero García, Diego Ramírez Jiménez, Miguel Garceso García. Y alguno más. No recuerdo haber visto en ese grupo a mi buen amigo Juan Ramírez, el ideólogo de todos ellos. A Juan Ramírez, una bellísima persona en todos los aspectos, que trabajaba de administrativo con los Navas, tuve la suerte de saludarle, hace unos cuantos años, en la Plaza de España, ante el bar de Fernando Escribano Navas. Fue un saludo fugaz porque ambos íbamos con prisa. Me hubiera gustado disponer de más tiempo, porque le recuerdo y recordaré siempre con admiración. Desde que nos conocimos siendo él alumno nocturno en el Instituto de Bachillerato. Otro socialista de ley fue Alonso Gómez Pardo. Un ángel que pasó por esta vida sin jamás hacer mal a nadie. Recuerdo también a aquellos dos hermanos Frasquito Ramón y Juan Ramón, padre y tío de Diego y José María (aquel muchacho que una mañana del 22 de Mayo de 1968, después de tallarse para la mili, dejó la vida en la carretera, a unos metros de aquella peligrosa curva, antes de avistar Sierra de Yeguas. Vivían en el número 40 de la calle Carmen y llevaron una vida de penurias y sufrimientos. Desde la muerte de José María, su madre (Catalina, algún día he de hablar sobre ella, me da apuro pero he de contarlo), su padre, su hermano y su tío siempre usaron ropas de luto. Por eso les llamaban “Los Negritos”. El porqué, un forastero como yo, les recuerde como si fuesen de mi familia, he de contarlo alguna vez. (Aunque me dé vergüenza). Por el mes de Agosto de 1976, con una persona más dialogante en el Gobierno Civil, el PSOE de Málaga comenzó a recomponer el partido por los pueblos. A Campillos venía Antonio Nadal Sánchez, un joven profesor, más tarde catedrático de Historia en la Universidad de Málaga. Lo hacía en compañía de un albañil de Cártama, Fernando Navarro Córtez. Yo me tomé más de una cerveza con ellos en la terraza del bar Lamparilla. Por cierto, una de las veces, teníamos en la mesa detrás de nosotros al teniente de la Guardia Civil, que no quitaba ojo, pero a mí nunca me preguntó nada. Fernando Navarro me relataba muchas historias y percances. Me comentó que una vez les andaba siguiendo la policía por Madrid; y después de seguirlos durante unos días les dieron el alto frente al Palacio de Oriente en los jardines a espaldas de la Ópera. Los esposaron.
Pusieron las bolsas cargadas de propaganda encima de un banco. Las abrieron. Y, al encontrarse con otra cosa muy distinta de la que buscaban, exclamaron: “¡Hala! ¡Que son del PSOE! Menudo chasco. ¡Venga, iros y que todo os vaya bien!”. Esto coincide de alguna manera con lo que voy a relatar.
Con fecha, 13 de Septiembre de 1976, el PSOE de Campillos solicita permiso al Gobernador de Málaga para que Luis Gómez Llorente pudiera dar el primer mitin socialista en Campillos, que sería también el primero en toda España. La solicitud la firma Agustín Herrera Aragón. Fernando Navarro haría la presentación. Antonio Nadal, la introducción. Y Luis Gómez Llorente, el mitin (en la solicitud se dice “conferencia”) bajo el enunciado de “UNA ALTERNATIVA SOCIALISTA Y DEMOCRÁTICA”:
Cuando esta solicitud entró en el gobierno Civil, me llamó el Gobernador para que fuera a estar con él. Fue una visita muy breve. El gobernador, en pocas palabras me dijo lo siguiente: PRIMERO: Concedido. No hay ningún problema. El PSOE nos está haciendo un gran favor. SEGUNDO: Tú, César, no asistas a la “conferencia”. Yo enviaré un delegado gubernativo.
Así se hizo. Y el sábado, 25 de Octubre de 1976, a media tarde vino a verme Luis Gómez Llorente al Ayuntamiento. Yo no sabía que Gómez Llorente, natural de Segovia, hubiera estudiado Filosofía Pura en la Universidad Complutense, igual que yo. Y hablamos, recordando aquellos años en la Facultad más “chipén” de toda España.
El acto se celebró en el cine Cruz Blanca. Acudió muchísima gente del pueblo, alumnos del Colegio San José y de otros pueblos del entorno. Yo me quedé fuera, en la barra que tenía Benito el Ganga delante del Instituto de Previsión. Al final del acto, el delegado se me acercó, diciendo que “Bien”, y se fue derecho al cuartel de la Guardia Civil, supongo que para dar la novedad al Gobernador.
Quienes habían asistido al mitin me comentaron que Gómez Llorente había desarrollado una conferencia brillante, dando leña a la Monarquía española y exigiendo un Estado Republicano.
A lo mejor, era un augurio, igual que aquella sociedad de Platón, que tomó cuerpo en la isla de Ceilán y fue narrada visionariamente por Tomás Campanella en su obra “La Ciudad del Sol” (Cívitas Solis).
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CÉSAR RODRÍGUEZ DOCAMPO.
LA TRANSICIÓN EN CAMPILLOS (MÁLAGA), TRAS LA MUERTE DE FRANCO.
Recuerdos de quien fue el primer alcalde elegido a votos después de la muerte de Franco.