En memoria de las víctimas de las autoridades locales republicanas de Campillos, silenciadas por la Concejalía de Memoria Hca. del Ayto. de Campillos y por las infames Leyes de Memoria Histórica y Democrática, va dedicado este blog. Y en memoria de todas las víctimas de la Guerra Civil, como rezan las Lápidas a los Caídos de la Guerra Civil, puestas el 15 de Agosto de 1977, "CAMPILLOS A TODOS SUS MUERTOS EN LA GUERRA DE 1936-39", con las cuales se pretendió buscar la reconciliación y la paz.
domingo, 8 de mayo de 2022
EL MAYOR GENOCIDIO ORGANIZADO DE TODA LA HISTORIA DE ESPAÑA.
Así fue la ignorada reunión de 1936 en la que pidieron a Carrillo que detuviera las matanzas de Paracuellos
A
los pocos días de iniciarse las ejecuciones masivas en la localidad
madrileña al comienzo de la Guerra Civil, el cónsul de Noruega, Félix
Schlayer, fue a visitar al líder comunista para informarle sobre la
masacre y pedirle que la parara lo antes posible, pero le ignoró
Así fue la ignorada reunión de 1936 en la que pidieron a Carrillo que detuviera las matanzas de Paracuellos
A
los pocos días de iniciarse las ejecuciones masivas en la localidad
madrileña al comienzo de la Guerra Civil, el cónsul de Noruega, Félix
Schlayer, fue a visitar al líder comunista para informarle sobre la
masacre y pedirle que la parara lo antes posible, pero le ignoró
Madrid
Actualizado:
Santiago Carrillo negó toda su vida que hubiera estado implicado en las
matanzas de Paracuellos al comienzo de la Guerra Civil. Muchos investigadores, sin embargo,
defienden que resulta imposible que no tuviera conocimiento
de lo que estaba ocurriendo. En primer lugar, por su destacada posición
dentro del bando republicano en aquel momento, pues el mismo día en que
comenzaron no solo había ingresado en el Partido Comunista de España
(PCE), sino que había sido nombrado consejero de Orden Público por la
Junta de Defensa de Madrid. Y, en segundo, porque los asesinatos duraron
un mes: entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936.
Se calcula que fueron ejecutadas alrededor de 8.000 personas sin ningún tipo de juicio con garantías.
Algunos
historiadores han bajado esta cifra hasta los 5.000, aunque otros
aseguran que fueron más de 12.000. Como era de esperar, nunca ha habido
un acuerdo en cuanto a la magnitud de la tragedia y sí muchas preguntas
en cuanto a la responsabilidad de un Carrillo que tenía en ese momento
21 años. ¿Fue el organizador? ¿Facilitó el apoyo logístico y político
aunque no diera la orden? ¿Estuvo al tanto y no hizo nada por evitarlo
en la confusión de los primeros días del conflicto? ¿Tuvo solo noticias
cuando la matanza ya se había perpetrado?
Todo
comenzó la tarde del 6 de noviembre de 1936, cuando el Gobierno
republicano tomó la decisión de trasladarse a Valencia, evacuar a los
presos a otras cárceles fuera de la capital y constituir la mencionada
Junta de Defensa de Madrid bajo la presidencia del
general José Miaja. Al día siguiente, sin más dilación, se
produjeron las primeras cinco sacas: una de madrugada, procedente de la
cárcel de Porlier, y dos más durante el día, la de la Cárcel Modelo y la
de San Antón. Las tres terminaron en Paracuellos de Jarama, muertas y
enterradas sin juicio previo, mientras que las otras dos restantes,
sanas y salvas en Alcalá de Henares.
Se suponía que los asesinatos
debían llevarse a cabo «cubriendo la responsabilidad», según se informó
en una reunión de la CNT-FAI. En ella, un representante anarquista de
la Junta de Defensa, cuya identidad nunca ha sido desvelada, anunció a
miembros del Gobierno que se estaba eliminando a «fascistas y elementos
peligrosos» en la localidad madrileña. Pronto comenzaron a circular
noticias, que llegaron a oídos del anarquista
Melchor Rodríguez García, conocido por su rechazo al uso de la violencia con fines revolucionarios.
Melchor Rodríguez
Este
unió sus fuerzas con el presidente del Tribunal Supremo, Mariano Gómez,
y con diplomáticos extranjeros como el cónsul de Noruega,
Félix Schlayer, que se pusieron el objetivo de acabar con
aquella masacre lo antes posible. Melchor Rodríguez aprovechó sus
contactos para ser nombrado director general de Prisiones y llegó a
enfrentarse a los elementos más radicales de su partido para que
detuviesen aquella carnicería. Consiguió una breve tregua durante el 7 y
8 de noviembre, pero fue destituido el día 12 para sorpresa de sus
compañeros, que habían visto como se había ganado el apoyo de la CNT
para detener las matanzas.
Nunca se supo qué había ocurrido.
Rodríguez debía el cargo a su amistad con Mariano Sánchez-Roca,
subsecretario de Justicia que se encontraba bajo las órdenes directas
del ministro Juan García Oliver. La explicación oficial es que este
último ordenó su despido al considerar que había sido nombrado a sus
espaldas y sin el beneplácito de la Dirección General de Seguridad, un
organismo que dependía del Consejo de Orden Público que dirigía
Carrillo. Curiosamente, el mismo día en que el dirigente anarquista dejó
su puesto se reanudaron los fusilamientos.
Schlayer, por su
parte, aseguró que llegó a reunirse con Carrillo para informarle de lo
que estaba sucediendo en Paracuellos del Jarama y que este no le hizo el
más mínimo caso. Es probablemente la prueba más cercana de todas
cuantas apuntan al entonces consejero de Orden Público. La reveló pocos
meses después de haberse producido en sus memorias, que fueron
publicadas originalmente en Alemania, en 1938, y que no fueron
traducidas al español hasta 2005, bajo el título de 'Matanzas en el
Madrid republicano', y reeditadas en 2008 como
'Diplomático en el Madrid rojo'.
El encuentro con Carrillo
Schlayer
era encargado de negocios en la embajada noruega en Madrid y, aunque no
había visto los fusilamientos, tuvo constancia de que se estaban
produciendo desde el primer día. El cónsul cuenta que pidió una reunión
con Carrillo para intentar detener las sacas. Antes de acudir a su
despacho fue a la cárcel Modelo para confirmar que centenares de presos
ya habían sido evacuados a Paracuellos. De vuelta en el Ministerio de
Justicia, el joven Carrillo le aseguró que su determinación era proteger
a los prisioneros e impedir cualquier asesinato durante su evacuación.
«Tuvimos
una conversación muy larga en la que ciertamente recibimos toda clase
de promesas de buena voluntad y de intenciones humanitarias con respecto
a la protección de los presos y al cese de la actividad asesina, pero
con el resultado final por todos percibido de una sensación de
inseguridad y de falta de sinceridad. Le puse en conocimiento de lo que
acababa de decirme el Director de la cárcel y le pedí explicaciones. Él
pretendía no saber nada de todo aquello, cosa que me pareció
inverosímil. Pero a pesar de todas aquellas falsas promesas, durante
aquella noche y al siguiente día, continuaron los transportes de presos
que sacaban de las cárceles, sin que Miaja ni Carrillo se creyeran
obligados a intervenir. Entonces sí que no pudieron alegar
desconocimiento ya que ambos estaban informados por nosotros».
Schlayer
asegura entonces que se las arregló para seguir la ruta de los
camiones. Así lo detallo con todo detalle a continuación:
«Los
autobuses que llegaban a Paracuellos se estacionaban arriba en la
pradera. Cada 10 hombres atados entre sí, de dos en dos, eran desnudados
(es decir, les robaban sus pertenencias) y enseguida les hacían bajar a
la fosa, donde caían tan pronto como recibían los disparos, después de
lo cual tenían que bajar los otros 10 siguientes, mientras los
milicianos echaban tierra a los anteriores. No cabe duda alguna de que,
con este bestial procedimiento asesino, quedaron sepultados gran número
de heridos graves que aún no estaban muertos, por más que en muchos
casos les dieran el tiro de gracia.
Me dirigí entonces al
único miliciano que estaba de guardia y le pregunté sin rodeos dónde
habían enterrado a los hombres que fusilaron el domingo. El hombre
empezó a hacerme una descripción algo complicada del camino. Le dije que
sería mucho más sencillo que nos acompañara y nos enseñara el lugar. Me
hizo caso, se colgó el fusil y nos condujo hasta ahí. A unos 150 metros
del castillo se metió en una zanja profunda y seca que iba del castillo
al río y que llaman 'Caz'. Era una antigua acequia. Ahí empezaba, en el
fondo de dicha zanja, un montón de unos dos metros de alto de tierra
recientemente removida. Lo señaló y dijo: 'Aquí empieza'.
Reinaba
un fuerte olor a putrefacción. Por encima del suelo se veían
desigualdades, como si emergieran miembros. En otro lugar asomaban
botas. No se había echado sobre los cadáveres más que una fina capa de
tierra. Seguimos la zanja en dirección al río. La remoción reciente de
tierra y la correspondiente elevación del nivel del fondo de la cacera
tenía una longitud de unos 300 metros. ¡Se trataba, pues, de la tumba de
500 a 600 hombres!».
«El nazi ese de Schlayer»
Ha
sido lugar común en algunos autores considerar a Schlayer un seguidor
de Hitler. Cuenta el historiador Javier Cervera en el prólogo de las
memorias del cónsul que, durante una entrevista que mantuvieron a
principio del siglo XXI, Carrillo tembién se refirió al diplomático que
le acusó como «el nazi ese». Una expresión similar empleó el mismo líder
del PCE en su autobiografía.
«No obstante, nadie ha aportado
pruebas de que Schlayer tuviera tal condición ideológica hitleriana.
Este cónsul también ha sido tachado de espía a favor de Franco, pero
tampoco lo fue. El Servido de Información Militar (SIM) franquista no
cuenta con ningún informe de él hasta finales de julio de 1937, después
de que fuera expulsado de la España republicana y llegara a la zona
nacional. Lo que ocurrió entonces fue que, como muchos de los que llegan
allí procedentes del otro lado, se le interrogó», explica Cervera.
A
pesar de los detalles aportados por el diplomático alemán, en 1938,
acerca de su reunión con Carrillo y de su visita a Paracuellos, las
autoridades franquistas no removieron el asunto en aquel momento. Dieron
más publicidad a otros asesinatos de mucha menor magnitud y
complejidad, como los que se habían producido en agosto, del aviador
Julio Ruiz de Alda y el militar Fernando Primo de Rivera, hermano de
José Antonio. Lo mismo ocurrió en noviembre con la ejecución de este
último en Alicante, en el mismo mes que se producían las sacas desde las
cárceles Modelo, Porlier, San Antón y Ventas con destino al Arroyo Seco
de San José, a 20 kilómetros de Madrid, cuya pequeña ermita acoge siete
fosas comunes en donde cayeron fusiladas unas 2.500 personas.
Hasta que presidió el PCE
Es
decir, que en aquel momento los muertos de la República excedían con
mucho a los fusilamientos de los destacados dirigentes de Falange.
Resulta curioso que la prensa franquista –encarnada por el diario 'Arriba España' y el 'Alcázar',
entre otros– no le acusaran a él, sino a Segundo Serrano Poncela,
delegado de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid que se
encontraba a sus órdenes. Carrillo no fue responsabilizado por el
régimen hasta su nombramiento como secretario general del PCE en 1960.
Durante
décadas, los historiadores han debatido sobre si el Gobierno de la
República, la Junta de Defensa de Madrid a las órdenes del general Miaja
y el mismo Carrillo estuvieron implicados. Resulta extraño que la
matanza estuviera envuelta en la bruma en los años posteriores. En la
Causa General franquista ocupaba un lugar poco destacado y el delegado
de Orden Público solo era mencionado de manera breve. Tampoco se refería
a los asesores que Stalin envió a España y a los que la dictadura culpó
más adelante de haber ordenado la matanza de Paracuellos, que habría
sido ejecutada por extremistas de izquierdas.
En 2010, dos años
antes de su muerte, el histórico secretario general del PCE todavía se
defendía su inocencia en un encuentro que mantuvo con los lectores del
diario
'El Comercio':
«Se olvida con frecuencia que durante
cuarenta años gobernaron los que ganaron y que, desde el momento en el
que finalizó el conflicto, el franquismo juzgó, condenó y ejecutó a
decenas de personas a las que acusó de lo de Paracuellos. A mí empezaron
a echarme encima esa responsabilidad cuando fui secretario general del
PCE, como un medio de desprestigiar a este partido. Yo no fui juzgado
por rebeldía y podrían haberlo hecho al estar en el exilio. Podrían
haber solicitado mi extradición y nunca lo hicieron porque no tenían
ninguna prueba contra mí. De todas maneras, creo que cuarenta años de
exilio es una condena suficiente en el caso de que yo hubiera tenido
alguna responsabilidad, pero desde luego no la tuve».